El último Dios

Somos conscientes del carácter autoritario de la divinizada democracia. De la naturaleza opresiva del idolatrado capitalismo. De cómo los medios de comunicación, el sistema educativo y ciertas ideas del imaginario colectivo son más alienantes que emancipadoras. Pero nos queda derrocar al gran último dios, romper el último yugo, uno tal que se ha integrado en lo más profundo de nuestro interior y parece peor que una herejía el cuestionarlo, incluso entre los ambientes libertarios.

Me refiero a la moral, a lo ético. Acaso ya el hablar de destruir la moral puede ocasionar escándalo, desconfianza, enemistad, en especial entre los anarquistas, tanto que solemos jactarnos de nuestra estricta moralidad. Pues bien: esa confrontación que puede sentirse no hace sino probar mi tesis, a saber, que se nos ha integrado muy poderosamente la idea de que la moral es algo necesario y bueno.

A mi entender, como digo, creo que hemos de aniquilar todo rastro de nociones morales de nuestra mente. Actuar sin principios, sin máximas, sin reglas, sin miedos ni opresiones, sin mala conciencia, sin remordimiento. Hemos de eliminar la sacralidad de la moral, pues en el fondo no es más que un yugo más, no es más que ideología alienante, ataduras a la conducta humana.

¿Significa esto un canto al egoísmo? De ninguna manera. Actuar sin moral no implica actuar sin respeto por los demás. Carecer de principios morales no implica tampoco que no sigamos viendo a las personas, sucesos, sistemas, etcétera, como buenos o malos (o de modo indiferente), pero es que el caso es que ver algo como bueno es simplemente verlo como agradable, y lo malo como desagradable. En ese sentido, condenaremos lo que nos desagrada por eso mismo, y alzaremos o promoveremos lo que nos gusta por lo contrario. Si yo me opongo al capitalismo, a las conductas puramente egoístas y demás, no es porque crea en una idea de bien, en virtudes y defectos absolutos, sino porque me perjudican y perjudican a otros a quienes doy valor.

Doy un valor a los demás porque me gusta hacerlo, no porque crea que deba hacerlo, o porque ello sea «lo bueno». El anarquismo no me parece una ideología buena, que encarna los buenos valores, ni una superior a las demás en términos absolutos: simplemente es una ideología que responde a mi forma de ser. Otros tendrán un modo de ser en que gustan de someter y perjudicar por su propio beneficio: no los condenaré como malos, sino malos para mí y según cómo me gusta que se comporten otros, y los combatiré cuanto pueda. Aquí se me podrá objetar que ante este relativismo moral extremo, o esta amoralidad, todo está permitido, y no tiene uno derecho a luchar contra nada que no le perjudique directamente, y yo le respondería: no me coacciones con tus moralinas.

Cada uno es déspota para con sus gustos y desagrados, cree que lo que es bueno para sí, es bueno en términos absolutos, y creo que ha de ser así. Cada uno ha de absolutizar sus propios gustos, someter la moralidad a sí mismo y no al revés si quiere ser alguien emancipado. Nadie debería sentirse presionado a nada, ni siquiera a respetar a nadie. Si lo hacemos, que sea porque es nuestra manera de ser, no porque los reductos de la moral cristiana, donde ha desaparecido Dios y la Iglesia pero sigue habiendo ciertos preceptos morales sagrados, nos coacciona a ello. Si alguien es depredador y le gusta la competición, que sea por su forma de ser, no por el capitalismo.

En definitiva, creo que hemos de ser anarquistas porque ello refleja nuestra modo espontáneo o natural de ser, no porque nos sintamos presionados a ello, o porque creamos que es «lo bueno» independientemente de nuestros gustos. Si tratamos de difundir nuestra ideología, que sea porque pensamos que puede serle beneficiosa a otros, no porque es «la buena» en un mundo de valores, sino «la buena» para cada un@.