De cervezas y una botella de vino

Risas, cervezas, conspiraciones políticas, confesiones trasnochadas y un vino que nadie sabe muy bien de donde ha salido pero que todos bebemos con avidez. Las noches de fiestas suelen producir momentos de jolgorio y de soñar, soñar como quemaríamos aquella comisaría o como dominaríamos el mundo. Y el 36… sí, el 36 siempre esta ahí, pero no vivimos del recuerdo, vivimos del imaginario de una memoria muerta. Pero quiero hablar del ahora, del inexorable fracaso en fracaso en que se ha convertido nuestra lucha. Un fracaso constante casi rutinario. La victoria ya no es resistir, es levantarse apaleado del suelo y ofrecer nuevamente oposición. Una oposición sin objetivos ni estrategia, un impulso eléctrico que nos empuja a luchar o a intentarlo. Soy consciente de que mi vida será un continuo fracaso, que la lucha me traerá más problemas que soluciones y que jamás llegaré a ver una revolución, quizás con suerte alguna revuelta. Y como yo, la gran mayoría de revolucionarios. Ya no es la lucha contra el Capital y el Estado es una lucha contra tu coherencia y la elección del camino fácil: rendirme, dejarlo todo, irme a otro país a trabajar y tener en mi currículo una juventud rebelde. Y me iría mejor así, no curraría en kafetas cuando las piernas y la mente ya no me responden, no me expondría a ser aporreado o detenido, no estaría echo polvo el día de mi cumpleaños por ver como el movimiento estudiantil es destruido y no madrugaría un día de huelga e incluso ahora podría tener trabajo. Sí, ya no sería “el sindicalista” o “el rojo”. Pero otra vez no, no puedo hacerlo, no puedo abandonar, ni rendirme, aunque mi lucha sea anecdótica y nunca figure ni en el pie de pagina de un libro de historia local, debo continuar. Será la conciencia o quizás no pero “de fracaso en fracaso hasta la derrota final” sería el epitafio de mi tumba si ahora no tuviera tan sólo veintitrés años.

Mis compañeros suelen decir que mis textos son pesimistas y tienen razón: soy ateo, no creo en Dios, el karma o la Revolución Social. No aspiro a vivir el comunismo libertario porque no creo que lleguemos a ser capaces para lograrlo. ¿Y por qué no lo dejas? Me preguntan. Y lo que jamás contesto es que si no lo dejo es por ellos y ellas, por mis compañerxs, los que me rodean cada día, con los que discuto y me enfado, incluso por aquellos que no son de ideología ácrata pero caminan a mi lado, por ellxs también. Porque vivir la anarquía no es una meta para vivir sino un medio y sólo lo consigo cuando estoy con mis compañerxs. Cuando estamos en una casa perdida en el monte, en el bar, en una asamblea tediosa, rodeado de capuchas negras, cocinando para una kafeta, o bebiendo cerveza y una botella de vino en un polígono industrial. La anarquía como la felicidad es para mi un estado, un período breve pero placentero, una chispa que enciende las cenizas de mi interior y que sólo con mis compañerxs soy capaz de sentir. Y por ello, y por ellxs mis compañerxs, continuaré levantándome del suelo tras cada golpe y luchando hasta la derrota final.

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385287_658866300806135_1094826594_nFotografía: Adrián García-Olivares